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ISSN 1989-4163

NUMERO 33 - MAYO 2012

Cosas que Pasan

Rosa Mª Ortega

No miento nunca, en serio. Pero...en ocasiones, no es que vea muertos, es que veo un huequecillo que ni “pintao” para convetirme piadosamente, y sólo de manera excepcional, en una soberana mentirosa. Así es que la semana pasada metí una trola de las buenas para salir de un marroncete que llevaba dos años martilleándome la conciencia.

Érase una vez que se era una primavera del 2010. Cogí prestados cinco libros de la biblioteca municipal (porque si puedes coger cinco, para qué vas a coger uno, digo yo...). Pero olvidé devolverlos a tiempo, y pasaron dos primaveras más y dos cartas de aviso. Y pensé: “¿A que me embargan?” Pero ahí sigo, en mi dulce hogar, sin orden de desahucio ni nada. Qué tía suertuda soy... Y no es que tuviese intención de quedarme los libros, es sólo que tenía que pensar en alguna buena excusa para justificar mi apego a ellos, después de 730 señores días en un señor cajón de mi señor piso. El caso es que llevaba ya tiempo dándole vueltas al asunto, y la semana pasada se me encendió la bombilla de alto consumo, porque yo en ideas no escatimo, soy una derrochadora nata. Me salen ideas de todos los poros del cuero cabelludo, sólo que nadie me las acepta. Las tengo que agarrar yo al vuelo y metérmelas por el culo (luego hablaré de culos). Siento ser tan soez, pero a veces la ocasión lo requiere. Cuando me lo propongo, puedo ser muy educada y muy señorita de alta alcurnia, y utilizar un vocabulario exquisito, y caminar con unos movimientos muy refinados de cadera y hombros. Pero es que ahora no me apetece. No estoy en vena para eso. Es como cuando era niña y volvía del colegio con un hambre atroz a casa, y decía: “Mamá, ¿me haces comida guarra? ¿Patatas fritas, hamburguesa aceitosa y mayonesa?”. Venga colesterol pa’ las venas, no me revienten ya... Pues cuando hablas, es igual. A veces te apetece hablar guarro. Total, que se me ocurrió meterle un trolón a la bibliotecaria. “Oiga, que me he pasado dos años en EE.UU. y acabo de volver a casa. Qué infortunio más grande, no sabe usted qué mal me sabe no haber podido devolverlos antes. He tenido un mal cuerpo en todo este tiempo... No he probado ni los perritos calientes americanos, me daba un ardor ná más verlos...pensando que tenía en casa cinco libros ajenos... Qué cargo de conciencia, oiga... Pos ná, que me he tenío que volver pa’ España. Con el Rajas gobernando, ya me dirá usted...qué pena más grande, cómo cambia tó, ¿verdad?”.

Las bibliotecarias tienen siempre el mayor semblante de gilipollas que has visto en tu vida, sin ánimo de ofender a ninguna, claro... Al final, me acaba dando las gracias por devolver los libros (eso te da una ligera idea de lo choriza que llega a ser la gente), y encima me dice, compungida, que lo siente mucho. “Que siente, ¿qué?” “Pues eso, que hayas tenido que volver a España”. “Ah, bueno, no se preocupe...si me vuelvo a ir, no pasa ná”. Qué trolaza, porque a mí...viajar en avión me da un miedo que te cagas (estoy a seis palabras de hablar de culos).

Allá voy. No te engañes: gente rara la hay en todos lados. La gente rara sale de debajo de las piedras...y de la biblioteca, porque doy dos pasos y oigo la voz de una señora por detrás: “Uy, nena, ¡qué bien te quedan los pantalones del culo!” “¿Perdone usted?” Vamos, no daba crédito... Y la señora acelera el paso hasta alcanzarme y caminar conmigo al lado. Entonces, me empieza a contar que ha sido costurera toda la vida, y cuando a alguien se le ajustan los pantalones al culo, eso es “mu bonito”. Y a mí me quedan ajustados del culo. Podría decir trasero, que es más discreto. Pero no es lo mismo. Un culo es un culo. Y además, las mujeres no nos andamos con rodeos al hablar de culos, porque vamos siempre de acá para allá, diciendo todo el tiempo que el culito de un tío es mono. No sé quién fue la primera en decirlo, pero lo puso de moda en la tele: “Mira qué culito más mono tiene ese tío”. Vete tú a saber... A lo mejor hay que remontarse a la Abeja Maya. Quién te dice a ti que no le gritaba a su amiguete: “¡Qué culito más mono tienes, Willy!”. Lo que pasa es que seguro que eran planos que luego desechaban y quedaban fuera del montaje final, para no escandalizar a los peques televidentes. Pero fíate tú de la Maya de los huevos...Menuda abeja pervertida tenía que ser la muy puti...

Bueno, ¿por dónde iba? Ah, sí...las posaderas. O las nalgas. O los glúteos. Ya ves tú, si será por nombres... pero ya te digo: un culo es un culo. Al final, la señora tenía que cruzar la calle y se fue de mi lado, menos mal. Me dijo: “Adiós, guapa”, y volvió a repetir que el tejano me quedaba requetebien. Yo creo que además de costurera, era una bollera de mucho cuidado. Y cuando llegué a la oficina me encontré un panorama de lo más esperanzador para seguir dale que te pego al tema culos, porque la fotocopiadora se había estropeado. Claro, no me extraña nada. Sólo tienes que pensar un poco. Venga todo el mundo a abrir la tapa, a sacar la bandeja y que no...que se ha estropeado, que no funciona. A llamar al de mantenimiento. Pues yo una vez leí que la mitad de las fotocopiadoras de las oficinas del mundo se estropean porque la gente se sienta encima para fotocopiarse el culo. Y empecé a mirar a todos mis compañeros, uno por uno, y a imaginarme cuál de ellos se habría bajado los pantalones y se habría sentado allí cuando no hubiese nadie, y le habría dado al botón una y otra vez. Desde entonces, me los miro a todos de vez en cuando y les suelto algo así como “Desde luego...¿no te da vergüenza?...¿Qué necesidad tendrás tú de fotocopiarte el culo?”.

Por cierto, me han bloqueado el carnet de la biblioteca durante un año.

Cosas que pasan...
  

Cosas que pasan

 

 

 

 

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